Se tapa la boca con una risa fingida, porque es un gesto que aprendió al mirarme. Los ojos se le entrecierran y se encoge sobre sí mismo, hasta se dobla, y con su mirada traviesa y perspicaz mira a la cámara para que yo capte bien el momento.
Después, con esa voz mandona propia de los dosañeros, me exige mostrarle el resultado de su actuación, y como es bien narcisista, se ríe solito cuando se mira en la pantalla, y señala al muchachito de risa fingida y dice “yo”, con los ojos como lunas crecientes y los mofletes inflados, mostrando todos los dientes que tiene.
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